"No se si exista un siempre, pero si existe y llega, espero que nos encuentre juntos"

jueves, 31 de julio de 2008

Reescribiendome 4



Lo íntimo, eso que escapa del ámbito de lo público, eso que valoramos tanto por ser nuestro, en un sentido estricto, se conforma de minúsculos detalles, de fracciones delicadas de tiempo y sentimiento, de un trabajo artesanal en el armado de un momento o de un algo. Dentro de lo íntimo, encontramos secretos, sueños, fantasías, palabras, sentimientos, que se atesoran, no por un valor material, más por un valor de esencia. En lo íntimo encontramos esos silencios cómodos, esas sombras amistosas, esas notas de alguna vieja canción guardadas en el crujir de un trozo de madera en la chimenea. Es en esos espacios, o tiempos, en que nacen los recuerdos que arman quien somos. Íntimos son los secretos que se guardan detrás de una foto que decora nuestra casa, de la anécdota de la compra de un florero, de una lámpara, de las lágrimas y risas de cada una de las figuras que conforman nuestras colecciones de recuerdos; eso es intimidad. Con ese tipo de intimidad se decoraba el departamento de Ricardo, el cual, si bien mostraba una decoración minimalista moderna, de mucho estilo, cada uno de los detalles de ese lugar guardaba más de una historia, lo que se percibía al entrar y sentir el aroma y el calor que daba la bienvenida a cualquiera que entrase.



Mariana y Ricardo llegaron al departamento, riéndose de tantos recuerdos, retomando viejas conversaciones, de esas que entre una pareja se repiten los temas sin llegar a una conclusión, y sin que eso importe. Volvieron a hacerse esos comentarios, entre broma y sarcasmo, que en ocasiones aludía a alguna torpeza, pero que en la mayoría de los casos era para hacer evidente alguna virtud del otro. Mientras que Mariana acomodaba las compras en la cocina y preparaba su carpaccio de salmón, Ricardo fue a poner un poco de música que ambientara el momento. Mariana inspeccionó el departamento, para poder ver los nuevos detalles que habitaban aquel lugar; sobretodo trató de encontrar el cuadro que ella le pintara, tiempo atrás, y que intentara retratar el paraíso idílico de Ricardo, mezclando Paris, Mont Marte, el Sena, con la Ciudad de México, su paseo de la Reforma y sus calles de Polanco. Sin poder observarlo en el lugar en que solía estar, se molestó un poco al ver en su lugar un lienzo pintado todo en oleo blanco, con cierta textura, con matices accidentales en color perla, enmarcado lujosamente.

- Ricardo… ¿te deshiciste del cuadro que te regalé?
- No cariño, ¿cómo puedes pensar eso?
- Es que no lo veo, y en su lugar veo ese lienzo blanco
- Ahhh, sí, ese cuadro es una broma de Toño, es “La Nada Jurídica” y atrás está firmado por Hans Kelsen. Jeje, ¿quieres ver?


Mariana en ese momento no estaba de humor para reír acerca de bromas de sentido de humor jurídico, si es que algo puede tener de eso; muy por el contrario se sintió desplazada, triste, sintiendo que tenía que esforzarse por no hacerlo evidente, después de todo, ella había tomado la decisión del rompimiento, aún cuando en el momento hubiera intentado hacerlo parecer como un acuerdo en común, se sabía responsable, y no tenía como reclamarle nada a Ricardo. Ricardo había anticipado aquel sentimiento que embargaba a Mariana, y al verle bajar la mirada, comentó:

- El cuadro que me regalaste decidí cambiarlo a un lugar mas importante…
- ¿En verdad? ¿a dónde?
- Sígueme…

Mariana siguió a Ricardo por el pasillo, pasó a lado del pequeño Tamayo, del Coronel y del Souto, y se quedo en la puerta de la habitación de Ricardo, no se atrevió en ese momento a acompañarle al interior, y desde el marco de la puerta pudo observar que su cuadro se mostraba enfrente de la cama de Ricardo, encima del televisor.

- ¿Lo ves? Ahí está el cuadro. Me gusta verlo todos los días al despertar, mi paraíso. Créeme muchas veces a sido la razón para ponerme de pie.

Aquella escena, junto con esas últimas palabras rompieron las barreras y Mariana no puedo evitar derramar un par de lágrimas y entrar a la habitación para derrumbarse en los brazos de Ricardo, quien la abrazó, la consoló, y la llevo de vuelta a la sala para continuar con aquel encuentro. Ricardo tenía valores muy firmes, sobre todo respecto al amor y al respeto a una mujer y no pensaba aprovecharse de la situación, por más que lo deseara.

La charla seguía, el Pinot Noir sirvió para traer muchos recuerdos. Platicaron de cine, de teatro, de pintura y escultura; recordaron a los impresionistas y a Rodín. Las risas se mezclaban a ritmo con la música, incluso cantaron juntos al escuchar a Barry Manillow y a Rod Stewart, y el beso estuvo a punto de llegar, más la racionalidad excesiva de Mariana la hizo de pronto darse cuenta de su propia naturaleza, no quería volver a sufrir por Ricardo, ni volverlo a herir de aquella manera. Así que se resistió, cambio el destino del beso y lo dio en la mejilla. Ricardo comprendió que, quizá, había sido demasiado recuerdo por una noche. Respondió al beso en la mejilla, y tras enjugar las lágrimas de Mariana, la despidió. Al tiempo en que Mariana se despedía de Ricardo, su mente y su corazón batallaban frenéticamente. Entre el “Te Amo” y el “No puedo” Mariana se marchó para llorar todo el camino a su casa, toda aquella noche y por varias noches más.

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