"No se si exista un siempre, pero si existe y llega, espero que nos encuentre juntos"

martes, 29 de julio de 2008

Reescribiendome



Lectora, lector querido, espero que no te importe que utilice este, nuestro espacio, para seguir reescribiendo algunas ideas que por mucho tiempo se quedaron en el tintero o se perdieron en el papel. Empezaré a compartir contigo lo que vaya avanzando en la recuperación de esta historia que escribí hace algun tiempo. Por favor no dudes en hacerme tus comentarios para irla puliendo.



“Los caprichosos recuerdos de un farsante”

Aquel día, la esclavizante obsesión por el trabajo, le mantuvo distraído de sus recuerdos durante la jornada; sin embargo, al caer la noche, cuando ya la oficina no podía retenerle más, empezó a sentir esa sensación de vértigo, de ansiedad, de nausea, de la realidad a la que debía enfrentarse al llegar a casa. Tras manejar por breves minutos, y tras subir en el ascensor siete pisos, llegó a la puerta de su departamento en la colonia Condesa. Abrió la puerta, encendió las luces, se despojó cansado de su saco, el cual botó encima del sillón de la sala, y una vez aflojado el nudo de la corbata exclamó – Cariño, ya llegué – No esperaba ninguna respuesta, sabía perfectamente que el departamento se encontraba solo, como cada noche, desde hacía ya tanto tiempo, que no recordaba cuando había sido la última vez que ella había estado ahí; pero de un modo morboso y masoquista, gustaba de jugarse a diario esa broma (a veces las bromas que nos gastamos a nosotros mismos suelen ser más crueles que las que nos prepara el destino) en un intento quizá por no olvidarla. Consciente de su soledad, apuró los pasos hasta la cocina, abrió el refrigerador, para encontrarse con una caja de pizza vacía, un par de embutidos, y cuatro cervezas – Definitivamente éste departamento ya no lo habito ni yo- pensó nostálgicamente para sí, y con eso en mente salió de ahí, para buscar algo que saciara su hambre, y algo que acallara los ruidosos silencios de su vida.

Aun cuando Ricardo vivía en la colonia Condesa, su trabajo diario le mantenía, por regla general, en la zona de Polanco, cuando no, fuera de la ciudad o del país; así que no conocía las opciones que la zona donde habitaba le podía proporcionar para comer, o al menos para tomar un trago. Caminó por algunos pocos minutos, y extrañamente, los locales por los que pasaba le parecían de algún modo conocidos, a lo cual no le prestó mayor atención, sin lugar a dudas el pasar ocasionalmente por esas calles, camino al trabajo, había grabado en su memoria algunos rasgos de esa colonia. Llegó finalmente a un restaurante sencillo, con mesas dispuestas en la acera, cuyo nombre le pareció una buena promesa, “La Buena Tierra. A su llegada a la puerta del lugar se apareció una joven de escasos veinticinco años, con una sonrisa fresca, aunque ya con tonos de cansancio - ¿Le puedo servir en algo, señor?- preguntó la joven hostess, cuyo nombre era, Angélica, según se mostraba éste en un gafete con el logo del lugar. Ricardo contestó a la chica pidiendo una mesa para poder cenar a lo cual la sonrisa de la joven se borró con un toque de tristeza – Disculpe señor, de momento no tenemos mesas, no se si le importaría esperar veinte minutos- Ricardo entendió que, en aquel preciso momento, aquel lugar no era una buena tierra para él. Agradeció a la hostess, agradeciéndole más por la sonrisa y se retiró intentando encontrar otro lugar para poder calmar su realidad. Con un poco más de nostalgia cruzó la calle y, sin reparar en el nombre del lugar, se acercó a la recepción y solicitó una mesa, en menos de dos minutos ya lo habían conducido a ésta y su mesero no tardó en aparecerse – Buena noche, señor, ¿le puedo ofrecer algo de beber?- sin voltear a ver a su interlocutor, sin salir del todo de sus pensamientos, Ricardo ordenó – whisky doble en las rocas, con poco hielo, por favor Javier- el mesero anotó la orden y con un – En seguida señor- se retiró. Habrán pasado menos de cinco segundos cuando Ricardo se dio cuenta de que era su primera vez en ese lugar, que nunca en su vida había visto a aquel mesero, y que la naturalidad con que lo trató era totalmente extraña para él, levantó la vista y observó el lugar en que se encontraba. Lo que vio le asustó aún más, todo le parecía extremadamente familiar, incluso alguno que otro comensal le parecía haberlo visto antes en ese mismo sitio. Asustado por aquella revelación, se puso de pie, sacó un par de billetes, los puso sobre la mesa y salió de aquel lugar. Sin hambre, pero con una mayor ansiedad, llegó de vuelta hasta su departamento, en donde tras servirse un vaso de whisky, se sentó a pensar en lo ocurrido.


Cuando lo anónimo, lo extraño, convive con nosotros, por algo más que un par de ocasiones, solemos darle entrada al mundo de lo familiar, de lo privado, de lo íntimo. Es una especie de rito, el cual, con el paso del tiempo, nos hace sentirnos cómodos, como en casa. Igual ocurre con las personas, las cuales, como diría El Principito, nos domestican, hasta que llegan a ser parte integral de nosotros y nos duele el separarnos o el dejarles de ver. En alguna época de su infancia, Ricardo, fue un gran fanático del Principito, y sabía, en ese recuerdo infantil, de la importancia de los ritos y de la domesticación; mas como abogado, obligado a ser en extremo racional, podía concluir, tajantemente, que aquel lugar, que aquel mesero, en ningún momento habían tenido la cortesía de iniciar el rito; se sentía pues invadido en su intimidad por aquella revelación. Las ideas se agolpaban en su cabeza. No lograba escuchar otra cosa, ni siquiera la práctica del concierto de piano en el departamento vecino. De pronto, toda esa ansiedad, toda aquella sorpresa, se volcó en un recuerdo incesante de ella, de esa clase de recuerdos que reviven de pronto y, de cenizas, se vuelven una enorme hoguera de la cual resulta imposible escapar. Tomó el teléfono, el número lo sabía de memoria, se dispuso a marcarlo cuando, al oprimir la primera tecla, escuchó por el altavoz –Ricardo, ¿eres tú?- Era ella, la coincidencia le parecía increíble, las palabras para responder, se le atravesaron

- Ma… Ma… Mariana ¿eres tú?
- Sí Ricardo, ¿cómo has estado?
- Bien, estaba a punto de llamarte, de hecho…
- Sí Ricardo, te creo, seguro que ya ni te acuerdas de mí…
- No digas eso, nunca podría olvidarte, y lo sabes bien…
- Lo sé cariño, yo tampoco podré olvidarte jamás. Oye, pero necesito preguntarte algo
- Dime
- ¿Alguna vez fuimos a comer al Alsace juntos?
- Yo voy muy seguido, pero no creo que hayamos ido juntos, no lo recuerdo ¿Por qué la pregunta?
- No me hagas caso, quizá pensarás que estoy loca, pero el otro día fui a comer ahí con unos clientes y te juro, me pareció tan familiar el lugar y el personal, que pensé que había ido ahí contigo. Te repito, no me hagas caso, quizá llevo ya muchas horas trabajando…
- Nunca pensaría que estás loca, y para serte sincero a mi, me acaba de pasar casi lo mismo en un restaurante en la Condesa…
- ¿En la Condesa? Wow eso sí que es novedad, tú en la Condesa.

La conversación siguió, abandonando la anécdota y tocando momentos pasados, y recuerdos de los dos, lo que animó a Ricardo a sugerir – Oye Mariana, ya es tarde, pero… ¿qué opinas de vernos mañana para almorzar?- a lo que Mariana, después de haber recordado tan buenos tiempos, aceptó. Ambos se despidieron con un “Buenas noches” y un amistoso y dulce “Nos vemos mañana”.

2 comentarios:

Lil Smith dijo...

Me ha gustado ese sentimiento de vacío de Ricardo, ese reconocer y hasta analizar sus debilidades
Me ha gustado ese "misterio" del ¿Deja vu? ¿se escribe así? que sintió en la Condesa...Interesante e intrigante las vivencias de Ricardo y la de Mariana...
Me gustó =)
Roberto...Te dejo abrazos

Srita Mayorazgo dijo...

Amor que gusto me da que retomes tu novela, que vaya creciendo y desarrollandose de la misma forma en que tu has crecido como persona y ser humano... dadole un sentido mas maduro a los personajes y a la historia. ¿A ver que rumbo tomara?
Que tengas un lindo día!