"No se si exista un siempre, pero si existe y llega, espero que nos encuentre juntos"

sábado, 9 de agosto de 2008

Reescribiendome 9





Cuando estamos felices pareciera que el cielo se abre para regalarnos un rayo de sol que nos ilumina durante todo el día, e incluso en esos momentos parece como si todos pudieran ver ese rayo de luz en nosotros, y sin proponérnoslo los demás nos envidian por la alegría que llevamos en el alma, hay hasta quien puede molestarse por que ejercemos ese derecho a ser felices. Ricardo así se veía, como esas personas especiales, esas que nos da curiosidad saber por qué se ven tan contentos. Todos lo notaban y su felicidad era muy contagiosa, todos experimentaban alegría de simplemente ver a Ricardo. Aunque el día empezaba a notarse pesado y muy cargado de trabajo Ricardo se mantenía feliz, incluso cuando le dijeron de la urgencia de tener que volar a Nueva York para atender un problema con un cliente allá, tomó la noticia con emoción, como si fuera la primera vez que iba a visitar dicha ciudad. Inmediatamente pensó en llamarle a Mariana y proponerle escaparse una semana con él a Nueva York. La buscó en su departamento, en su celular sin tener éxito, le dejó mensajes avisándole de su viaje e invitándola a encontrarse con él en el aeropuerto, pensó que si ella aparecía quizá podría convencerla en persona de viajar juntos. Esperó pero no obtuvo ninguna llamada, lo cual, tampoco lo desanimó, “hay cosas que no se pueden preparar tan de prisa”, pensó, “hay cosas que se dan o no se dan”. Esperó pues pacientemente en la sala de espera del aeropuerto, abordó su avión y voló a Nueva York, decidido a disfrutar de aquel viaje y a tomarse algún tiempo para visitar de nuevo aquella maravillosa ciudad.

Como era usual, Ricardo voló en primera clase; no era que gustara del blof, pero a través de todos los cursos que había tomado en su vida, había aprendido que no es bueno atesorar, ni tener apegos a cosas materiales, pero ello no significaba el no disfrutar de las buenas cosas de la vida, y desde hacía mucho tiempo se esforzaba por poder brindarse para sí mismo algunos de esos placeres, entre ellos el haber podido adquirir hace unos años su automóvil favorito, un BMW de línea clásica en color azul marino, con interiores en piel color miel y tablero de caoba. Así que por ello aprovechaba de volar en primera clase cada vez que tenía oportunidad, y siempre seleccionaba un asiento en la ventana, tal vez como un intento por apapacharse y de mantener a su niño interior. Ricardo empezó a impacientarse ante la tardanza del despegue, la tripulación no había cerrado siquiera las puertas del avión, hasta que entró apurada una joven, de escasos 25 años, la cual colocó su equipaje de mano en el compartimento encima del asiento de Ricardo y se sentó junto a él. Fue hasta ese momento que Ricardo vio el rostro de la joven, era Andrea Montemayor, su alumna, hija de un gran empresario e inversionista, quien había ocupado también varios cargos públicos. Andrea volteó a ver a Ricardo y exclamó:

- Licenciado, que enorme coincidencia encontrarlo aquí…
- Señorita Montemayor, la sorpresa es mayor para mí, ¿no debería usted estar en clase?

Andrea rió entre ingenua y pícara ante la formalidad y seriedad en la respuesta de su interlocutor y contestó intentando asumir la misma formalidad de Ricardo:

- Sí Licenciado, en efecto, mas sin embargo, el hecho de que usted se encuentre a bordo de el mismo avión que yo, implica el que, sin lugar a dudas, no tendremos su clase, y el día de hoy era la única asignatura que tenía. A menos, claro, de que haya habido un comunicado en donde se cambiaba la sede para la clase a algún salón en Nueva York.

Ricardo no pudo más que reír ante el comentario de Andrea, además de que su estado de ánimo era inmejorable aquel día, así que ya mas en plan de broma, Ricardo mantuvo un tono “serio” y “formal”:

- Estoy de acuerdo Señorita Montemayor, pero ¿pretende volar hoy a Nueva York y mañana estar de regreso para sus clases?
- No Licenciado, de ninguna manera, sería una locura, ¿no lo cree?
- Indudablemente Señorita Montemayor
- Pero asumo que usted tampoco estará en Nueva York sólo una noche, y siendo así, si usted no va a impartir su cátedra, y los demás profesores no tienen ningún inconveniente en justificar mis ausencias mientras asisto a las reuniones de Consejo del consorcio de mi padre, no veo ningún inconveniente en quedarme un par de días.
- Ah cierto, ya recordé, su padre la nombró miembro del Consejo a fin de justificar sus viajes de compras. No es así, señorita Montemayor.

El último comentario de Ricardo le molestó a Andrea, más que molestarla lo sintió como un reto de inteligencia a la que la estaba colocando su profesor, y sin lugar a dudas, sabía que de entrar en ese campo acabaría perdiendo ante Ricardo, quien era famoso por sus sutiles sarcasmos, y sus grandes debates. Así que Andrea decidió jugar su mejor carta, su esencia de mujer, mirando a Ricardo a los ojos, con una sonrisa evidentemente mezcla de coquetería y dulzura contesto:

- Ricardo, ganaste; sí voy de compras a Nueva York; sí, eres mucho más inteligente que yo; y sí, se que piensas que soy otra niña tonta, que sólo va a la universidad para perder el tiempo, pero…
- Señorita Montemayor…
- Ya Ricardo, dime Andrea, por favor…
- De acuerdo Andrea. No pienso que seas tonta, de hecho considero que eres una mujer muy inteligente, y que sin duda podrías tener un puesto en el Consejo por tus propios méritos. Creo que la que ganó en esta ocasión fuiste tú, a veces un simple comentario hace que empiece a debatir y a tratar de ganar, te ruego me disculpes.
- No tienes porque disculparte, es más, te aceptó una cena en Nueva York para resarcir el daño, ¿qué opinas?
- Me parece muy justo Andrea, iremos a cenar.

La primera clase de Andrea en la universidad había sido también la primera cátedra que impartía Ricardo, y a lo largo de la carrera de Andrea, había tenido la oportunidad de tenerlo en más de una ocasión como profesor. Como abogado, Ricardo era muy reconocido en el ámbito corporativo, y había atendido algunos asuntos de las empresas de su padre, por lo que contaba también con la admiración de éste. Sus libros acerca de derecho y negocios, así como de liderazgo, eran otra razón para que su padre le admirara. Andrea desde la primera vez se cautivó por la mirada triste de Ricardo, y por el tono de su voz, pero nunca había dado ninguna muestra evidente de su enamoramiento, hasta ahora, en que la mirada de Ricardo no tenía esa nube triste y gris, sino por el contrario una alegría inmensa que le hacía lucir distinto, pero igual, mejor; hasta ahora en que el destino había decidido provocar ese encuentro. Durante el resto del vuelo platicaron de letras, de política, de historia, de arte, de música. De pronto parecía que se conocieran desde siempre. La frase de uno la concluía el otro y los dos reían al unísono sin mediar palabra pero sobre el mismo tema.

1 comentario:

Lil Smith dijo...

¡Qué manera de dejarme en ascuas!
=(
eso no se hace =(

Ahora empezaré yo solita a fantasear con la continuación de esa historia =)

Te dejo abrazos cariñosos =)