"No se si exista un siempre, pero si existe y llega, espero que nos encuentre juntos"

lunes, 11 de agosto de 2008

Reescribiendome 10



Durante todo el vuelo a lado de Andrea, Ricardo en ningún momento se acordó de Mariana, ni del fin de semana que acababa de pasar a lado de ella. Sería hasta llegar a su hotel, verse de nuevo solo en su habitación, cuando comenzó a extrañarla. En el teléfono encima del buró una luz parpadeaba intermitentemente, indicando la presencia de un mensaje. Ricardo descolgó el auricular y escuchó atento el mensaje, era de Mariana:

- “Ricardo, escuché tu mensaje, tu secretaria me dijo el hotel. Estoy en Nueva York, nos vemos para cenar donde siempre? Ahí te espero a las 8”

Ricardo se emocionó profundamente, Mariana había escuchado su mensaje y había decidido lanzarse a encontrarse con él. No demoró en arreglarse y en salir para cenar con ella.

Mariana ya se encontraba sentada en la mesa de siempre en aquel restaurante, al ver a Ricardo, sonrió, igual que hizo él; se encontraron, se abrazaron, Mariana le dio entonces un beso en la mejilla y Ricardo se lo contestó.

- Mariana, ¡qué gusto verte aquí!
- Sí, en verdad es que me parece increíble volvernos a ver en este lugar. Hace mucho ya que venimos a Nueva York.
- En verdad mucho tiempo.

Ricardo se encontraba maravillado ante lo que Mariana había acabado de hacer, seguirle en una locura, como es viajar hasta Nueva York, escapándose de la realidad, de las responsabilidades y del trabajo, algo que no era muy usual ni en ella ni en él. Sin embargo Ricardo no estaba del todo cómodo, algo en la actitud de Mariana, en su tono de voz, parecía ser distinto, sino es que había vuelto a ser el mismo de la Mariana que siempre había conocido. El brillo de tristeza y miedo estaba de nuevo presente en su mirada.

- Oye Mariana, y de verdad ¿no crees tener problemas en tu trabajo por ausentarte estos días?
- No Ricardo, para nada. Verás, me acaban de trasladar a nuestras oficinas acá en Nueva York. Por eso me sorprendió tanto tu llamada y la propuesta de vernos aquí en Nueva York, es una de esas enormes coincidencias. No sabes lo feliz que me hizo escuchar tu mensaje…

No era posible. Ricardo no lo entendía ¿Cómo era posible que Mariana pasara un fin de semana a su lado, el más maravilloso en la vida de ambos, y en ningún momento hubiera tenido la cortesía, la educación, de comentarle sus planes de irse a vivir a otro lado? Ricardo se sintió profundamente indignado y molestó y no pudo, no quiso tratar de disimularlo:

- No es posible eso que me dices. ¿Te trasladaron a las oficinas de Nueva York? Y ¿Cuándo te enteraste?... ¿Hoy?
- No sé qué te pasa. No, me enteré hace más de dos meses…
- Y ¿no se te ocurrió decírmelo antes?
- Ricardo, ¿qué tienes?, no entiendo porque de pronto te pones tan molesto, yo…
- Tú, tú, siempre lo que más te ha importado eres Tú. Eres la persona más egoísta que he conocido en mi vida, y la más cruel.
- Ricardo, ¿de qué estás hablando?...

Sin decir ninguna otra palabra Ricardo se puso de pie, saco de su billetera un par de billetes de cien dólares y sin ver siquiera a Mariana, salió de aquel restaurante, abandonando a aquella mujer derramando lágrimas sobre el mantel.
Con lágrimas contenidas en los ojos y con muchas preguntas sin respuesta, Ricardo entró a la recepción de su hotel. Llegó hasta la puerta de los elevadores, y esperó a que se abrieran las puertas para subir a descansar a su habitación y tratar de entender lo que había ocurrido. Se encontraba esperando el elevador, un timbre y una luz le indicó cual sería, se abrieron las puertas al tiempo en que detrás de él una voz le llamaba. Antes de voltear a atender la voz que decía su nombre, Ricardo alcanzó a ver en el interior del ascensor a Mariana, no a aquella que había visto en el restaurante, sino a esa con la que había compartido el fin de semana, la misma que en ese instante se esfumaba enfrente de sus ojos regalándole la más dulce mirada y la más hermosa sonrisa.

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